De padres a hijos, el pasado prehispánico se ha transmitido siglo tras siglo y pervive y se manifiesta en las fiestas, los mercados, la música, la ropa, y el habla; en la importancia concedida, aún, al trabajo comunal, a los ritos de intercambio, a la ayuda recíproca; y en la estrecha vinculación entre la vida cotidiana y los rituales que alcanzan la esfera de lo sagrado.
Los vestidos tradicionales sorprenden y cautivan. En sus diseños, colores y texturas se mezclan las técnicas coloniales, los símbolos indígenas y el embrujo y colorido de las sedas llegadas de Oriente. Hay holanes flamencos, puntillas de bolillos, grecas con los misterios de Mitla, batistas recamadas y linos trabajados a la moda española del siglo XVII.
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Cada puntada revela una idea y un trabajo. Los colores se obtienen de la naturaleza: el rojo, de la grana cochinilla, insecto que vive en el nopal y que, una vez triturado y hervido, proporciona hasta dieciséis tonalidades de color; el azul, del índigo, nacido de la fermentación del añil; el negro, del huizache; el amarillo, del musgo de roca; y el púrpura, de un tipo de caracol marino que se captura, se ordeña y, una vez utilizada su esencia para obtener el mágico color, se devuelve al mar.
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